Soy psicoterapeuta desde que me acuerdo, mucho antes de estudiar la formación que me dio las herramientas para ejercer esta profesión. Quizás porque naturalmente se me dio escuchar, observar y maravillarme con el arte de las palabras, hasta creí que lo mío era la literatura. Fue la poesía y los cuentos lo que ocupó mi infancia y adolescencia. Antes de ejercer mi primera profesión, la sociología, di clases durante varios años en una preparatoria de Bellas Artes y allí me enamoré de la vitalidad e irreverencia de los jóvenes. Yo misma era muy joven y descubrí que mi camino y pasión era aprender enseñando, escuchar analizando y ayudar a los demás, más allá de un salón de clases.
Durante esos años como maestra y tomada de la mano del arte literario y de la historia (esas eran las clases que impartía), tuve la certeza de que el resto de mi vida lo pasaría al lado de los jóvenes, compartiendo sus hallazgos, disfrutando sus logros, dándoles las pautas y las pistas para encontrar y hacer sus propios caminos. Así que, irremediablemente, la vida me llevo a estudiar psicoanálisis, y desde entonces, hace ya casi veinte años, me dedico a esta labor, o debiera decir ¿oficio? de escuchar, hablar, bucear, transitar e intentar sondear las profundidades del alma. A este amoroso arte de ayudar a construir y deconstruir significados, emociones, realidades, sueños.
¡Heme aquí, siguiendo de nuevo el fluir de la vida que me lleva a explorar otra posibilidad de comunicación y una nueva modalidad de ser terapeuta, porque la presencia no sólo es física, palpable, sino también simbólica y por supuesto, ahora lo vivimos, también virtual!
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